Perro de paja

La función se estrenará el uno de agosto a las nueve de la mañana, en el Senado porque el Congreso está en obras. La sesión no se celebrará en el hemiciclo semicircular de San Jerónimo, sino en el antiguo convento de los agustinos descalzos, salón de sesiones del palacio de la Marina Española, en la calle Bailén. Elena Valenciano ha anunciado que Mariano Rajoy está amenazado por la espada de Damocles, es decir que habrá en el hemiciclo, hecho a la usanza de los teatros clásicos, un estoque en la cúpula, atado a una crin de caballo que puede rebanar pescuezos. Los diputados del PP sacan pecho y cuello; creen que el jefe va a ganar la batalla; aún sin los ornamentos de sacerdote celta, abrasará en la queimada al Gran Chivo.

Comentan que no hay otra cosa que delitos fiscales ya prescritos, recibos de mileuristas, sobresueldos en negro, coronas de féretros, bodas y bautizos, todo eso que antes se llamaban gratificaciones. No hay recibís de los jefes, pero algo se olfatea en el aire: no hay recibís, pero puede haber palabras que se filtraron por las paredes.

Los responsables del aparato envían consignas a los militantes, consignas que ahora llaman argumentarios, palabro que, en este caso, intenta desmontar las gallofas y trolas del tesorero escritas en el libro de contabilidad de un colmao. ¿Por qué están tan nerviosos? Los políticos de la oposición pedirán la dimisión del presidente, la disolución de las Cortes, mientras preparan el viaje a la playa y mientras Luis Bárcenas seguirá guardado en Soto del Real con derecho a dos condones.

Ya no es más que un espectro en la sombra, un felón, un perro de paja. No le quedan más amigos que los que le acompañaron de adolescente, mochila al hombro, con una tienda y un pico para escalar montañas.

Todo esto ocurre cuando hemos llegado a ese momento en el que las columnas más divertidas son las que se hacen poniendo una noticia detrás o encima de otra, noticias que revientan en la cara, que saltan en las manos, y como decía Art Buchwald en Nunca bailé en la Casa Blanca, las columnas nunca fueron tan divertidas como cuando la casta política se escapa por puertas falsas y en toda ciudadela del poder crepitan motoristas con cámaras en los cascos, mientras los jefes del partido se llaman traidores unos a otros.

Desde el maco el preso jura que los 17 millones que le quedan no son ni de dos dirigentes, ni del clan de los contables, ni de las familias, sino sólo de él, de Rosalía y de Guillermo. Serán de los Bárcenas, pero estoy casi seguro que al tesorero lo van a dejar como una regla, como un garrote, canino, boqueras.